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Artículos
Mercedes Cabello de Carbonera
A poco más de un siglo de su desaparición, la figura de Mercedes Cabello nos hace volver la mirada a sus libros, ensayos, novelas, artículos periodísticos y otros que lamentablemente todavía no llegan a reeditarse para así conocerla...
PUBLICACIONES 01-01-1960

Julio Pinto Vera Tudela
Museo Contisuyo

A poco más de un siglo de su desaparición, la figura de Mercedes Cabello nos hace volver la mirada a sus libros, ensayos, novelas, artículos periodísticos y otros  que lamentablemente todavía no llegan a reeditarse para así conocerla mejor.
Mercedes fue una de las pocas mujeres ilustradas del Perú del siglo XIX.  Hija de don Gregorio Cabello y de doña Mercedes Llosa, fue una lectora voraz, en un ambiente en el que la instrucción de la mujer era verdaderamente exigua, ella y su círculo de amigas y familiares fue la excepción. En El Correo del Perú  escribía: "la lectura ejerce una influencia poderosísima  en nuestro espíritu. Ella es el lenitivo para muchos males de la vida y el opio con que adormecemos por un momento los dolores del alma" . Su padre tenía una hermosa biblioteca en la cual se encontraba lo mejor de la literatura del momento, tanto en español como en francés, mujer de gran sensibilidad al igual que su prima doña Rosalía Zapata, ambas escribieron y desde diferentes sendas, la una mediante una poesía exquisita parecida a la de Pedro Calderón de la Barca y la otra con novelas y ensayos de carácter social que irrumpieron la mediocridad y la conformidad de la sociedad limeña.
Nuestra escritora califica el lujo, la adulación, la vanidad como vicios que no están arraigados en nuestras costumbres (tal vez por ser provinciana y haber vivido su juventud dentro de aquel ambiente), pero que sin embargo, dice, existen,  y pueden extirparse mediante la moral, de ahí su novelística de acuerdo al momento de la época. Recordemos que la gente tiene distinta percepción del mundo según corre el tiempo. El siglo XIX fue una etapa de desarrollo y de avances tecnológicos muy apreciables con respecto al siglo anterior. La filosofía de moda era el Positivismo  y Augusto Comte heredero de la Revolución Francesa, pronto se vio desilusionado  por  los objetivos de igualdad inalcanzables de ésta y fundó lo que llamó la Ciencia Positiva, buscando por cierto un mayor acercamiento a la realidad de las cosas, lejos de utopías y metafísicas, tratando de hallar  la verdad a través de la ciencia y la experimentación.
Mercedes utiliza la novela social para lograr sus fines, la literatura de la actualidad se estaba alejando del romanticismo bucólico. Víctor Hugo termina su periodo y aparecen Sthendal, Emilio Zola, Balzac, Flaubert y otros en Francia;  Leopoldo Alas (Clarín)y  Benito Pérez Galdós en España. Mercedes lee a todos ellos y fiel a su inteligencia utiliza la crítica para darle frente a las quimeras y fruslerías fantásticas de la sociedad limeña, escribe ensayos acerca de la importancia de la educación de la mujer y sus derechos, hace un ensayo que lleva por título "La novela moderna" en donde expone sus ideas acerca de la importancia de la novelística social, esta obra fue premiada por la Municipalidad de Buenos Aires, redacta letrillas contra la ideas retrógradas y machistas de escritores limeños que justifican el estado de oprobio y atraso de la mujer en sus derechos. Hoy todo esto nos parece una práctica normal y sencilla, pero en aquella época, sólo ella  se atrevió a hacerlo, como lo hizo un siglo atrás una francesa valiente como Flora Tristán.
Nos dice que la novela debe dar cuadros vivos y naturales de la vida, que el arte de novelar es como la ciencia del anatómico, y que debe estudiar el espíritu del hombre y las sociedades. La novela debe ser obra de observación y análisis, pero siempre debe estarle vedado descorrer el velo de la vida particular.
No obstante esta percepción, la de alejarse de corrillos y chismes, se vio envuelta en estos, como toda mortal, que vieron en "Blanca Sol" una de sus últimas novelas, una denuncia directa a una mujer de la sociedad limeña como la verdadera protagonista de la novela, no obstante haber escrito en el Prólogo de su novela el alejamiento de cualquier parecido con algún personaje real. Fue una clara premonición a lo que se vendría después. Así escribe: "Al igual que las creaciones de la fantasía de Zolá, Daudet, en Francia, Lemoinnier en Belgica y Cambaceres en Argentina, hanse vistos acusados de haber trazado retratos, cuyo parecido, el mundo entero reconocía, en tanto que ellos no hicieron más que crear un tipo en el que imprimieron aquellos vicios y defectos que se proponían manifestar".  Pronto se vio envuelta en una bruma de insultos y farsas, así respondía la Sociedad Limeña a una mujer valiente de la época.
Hoy la recordamos y reconocemos su valor al igual que  Micaela Bastidas, Flora Tristán, Teresa Gonzales de Fanning, Clorinda Matto de Thurner, y otras como Gertrudis Gomez de Avellaneda y Juana Manuela Gorriti quienes batallaron desde distintas trincheras por los derechos e igualdad de la mujer. Igualdad que hoy a pesar del tiempo transcurrido no es tal, para vergüenza del machismo, la intolerancia y la ignorancia de nuestros tiempos.


BLANCA SOL
(Prólogo)
Mercedes Cabello de Carbonera

(Novela Social, 1889)

Siempre he creído que la novela social es de tanta o mayor importancia que la novela pasional.
Estudiar y manifestar las imperfecciones, los defectos y vicios que en sociedad son admitidos, sancionados, y con frecuencia objeto de admiración y de estima, será sin duda mucho más benéfico que estudiar las pasiones y sus consecuencias.
En el curso de ciertas pasiones, hay algo tan fatal, tan inconsciente e irresponsable, como en el curso de una enfermedad, en la cual, conocimientos y experiencias no son parte a salvar al que, más que dueño de sus impresiones, es casi siempre, víctima de ellas. No sucede así en el desarrollo de ciertos vicios sociales, como el lujo, la adulación, la vanidad, que [II] son susceptibles de refrenarse, de moralizarse, y quizá también de extirparse, y a este fin dirige sus esfuerzos la novela social.
Y la corrección será tanto más fácil, cuanto que estos defectos no están inveterados en nuestras costumbres, ni inoculados en la trasmisión hereditaria.
Pasaron ya los tiempos en que los cuentos inverosímiles y las fantasmagorías quiméricas, servían de embeleso a las imaginaciones de los que buscaban en la novela lo extraordinario y fantástico como deliciosa golosina.
Hoy se le pide al novelista cuadros vivos y naturales, y el arte de novelar, ha venido a ser como la ciencia del anatómico: el novelista estudia el espíritu del hombre y el espíritu de las sociedades, el uno puesto al frente del otro, con la misma exactitud que el médico, el cuerpo tendido en el anfiteatro. Y tan vivientes y humanas han resultado las creaciones de la fantasía, que más de una vez Zola y Daudet en Francia, Camilo Lemoinnier en Bélgica y Cambaceres en la Argentina, hanse visto acusados, de haber trazado retratos cuyo parecido, el mundo entero reconocía, en tanto que ellos no hicieron más que crear un tipo en el que imprimieron aquellos vicios o defectos que se proponían manifestar.
Por más que la novela sea hoy obra de observación [III] y de análisis, siempre le estará vedado al novelista descorrer el velo de la vida particular, para exponer a las miradas del mundo, los pliegues más ocultos de la conciencia de un individuo. Si la novela estuviera condenada a copiar fielmente un modelo, sería necesario proscribirla como arma personal y odiosa.
No es culpa del novelista, como no lo es del pintor, si después de haber creado un tipo, tomando diversamente, ora sea lo más bello, ora lo más censurable que a su vista se presenta, el público inclinado siempre a buscar semejanzas, las encuentra, quizá sin razón alguna, con determinadas personalidades.
Los que buscan símiles como único objetivo del intencionado estudio sociológico del escritor, tuercen malamente los altísimos fines que la novela se propone en estas nuestras modernas sociedades.
Ocultar lo imaginario bajo las apariencias de la vida real, es lo que constituye todo el arte de la novela moderna.
Y puesto se trata de un trabajo meditado y no de un cuento inventado, precisa también estudiar el determinismo hereditario, arraigado y agrandado con la educación y el mal ejemplo: precisa estudiar el medio ambiente en que viven y se desarrollan aquellos vicios que debemos poner en relieve, con hechos basados en la observación y la experiencia. Y si es cierto, que este estudio y esta experiencia no podemos [IV] practicarlos sino en la sociedad en que vivimos y para la que escribimos, también es cierto, que el novelista no ha menester copiar personajes determinados para que sus creaciones, si han sido el resultado de la experiencia y la observación, sean todo un proceso levantado, en el que el público debe ser juez de las faltas que a su vista se le manifiestan.
Los novelistas, dice un gran crítico francés, ocupan en este momento el primer puesto en la literatura moderna. Y esta preeminencia se les ha acordado, sin duda, por ser ellos el lazo de unión entre la literatura y la nueva ciencia experimental; ellos son los llamados a presentar lo que pueda llamarse el proceso humano, foleado y revisado, para que juzgue y pronuncie sentencia el hombre científico.
Ellos pueden servir a todas las ciencias que van a la investigación del ser moral, puesto, que a más de estudiar sobre el cuerpo vivo el caprichoso curso de los sentimientos, pueden también crear situaciones que respondan a todos los movimientos del ánimo.
 Hoy que luminosa y científicamente se trata de definir la posibilidad de la irresponsabilidad individual en ciertas situaciones de la vida, la novela está llamada a colaborar en la solución de los grandes problemas que la ciencia le presenta. Quizá si ella llegará a deslindar lo que aun permanece indeciso y [V] oscuro en ese lejano horizonte en el que un día se resolverán cuestiones de higiene moral.
Y así mientras el legislador se preocupa más de la corrección que jamás llega a impedir el mal, el novelista se ocupará en manifestar, que sólo la educación y el medio ambiente en que vive y se desarrolla el ser moral, deciden de la mentalidad que forma el fondo de todas las acciones humanas.
 El novelador puede presentarnos el mal, con todas sus consecuencias y peligros y llegar a probarnos, que si la virtud es útil y necesaria, no es sólo por ser un bien, ni porque un día dará resultados finales que se traducirán en premios y castigos allá en la vida de ultratumba, sino más bien, porque la moral social está basada en lo verdadero, lo bueno y lo bello, y que el hombre como parte integrante de la Humanidad, debe vivir para el altísimo fin de ser el colaborador que colectivamente contribuya al perfeccionamiento de ella.
Y el novelista no sólo estudia al hombre tal cual es: hace más, nos lo presenta tal cual debe ser. Por eso, como dice un gran pensador americano: «El arte va más allá de la ciencia. Ésta ve las cosas tales cuales son, el arte las ve además como deben ser. La ciencia se dirige particularmente al espíritu; el arte sobre todo al corazón.» [VI]
Y puesto que de los afectos más que de las ideas proviene en el fondo la conducta humana, resulta que la finalidad del arte es superior a la de la ciencia.
Con tan bella definición, vemos manifiestamente que la novela no sólo debe limitarse a la copia de la vida sino además a la idealización del bien.
Y aquí llega la tan debatida cuestión del naturalismo, y la acusación dirigida a esta escuela de llegar a la nota pornográfica, con lo cual dicen parece no haberse propuesto sino la descripción, y también muchas veces, el embellecimiento del mal.
No es pues esa tendencia la que debe dominar a los novelistas sudamericanos, tanto más alejados de ella cuanto que, si aquí en estas jóvenes sociedades, fuéramos a escribir una novela completamente al estilo zolaniano, lejos de escribir una obra calcada sobre la naturaleza, nos veríamos precisados a forjar una concepción imaginaria sin aplicación práctica en nuestras costumbres. Si para dar provechosas enseñanzas la novela ha de ser copia de la vida, no haríamos más que tornarnos en malos imitadores, copiando lo que en países extraños al nuestro puede que sea de alguna utilidad, quedando aquí en esta joven sociedad, completamente inútil, esto cuando no fuera profundamente perjudicial. [VII]
Cumple es cierto al escritor, en obras de mera recreación literaria, consultar el gusto de la inmensa mayoría de los lectores, marcadamente pronunciado a favor de ciertas lecturas un tanto picantes y aparentemente ligeras, lo cual se manifiesta en el desprecio o la indiferencia con que reciben las obras serias y profundamente moralizadoras.
Hoy se exige que la moral sea alegre, festiva sin consentirle el inspirarnos ideas tristes, ni mucho menos llevarnos a la meditación y a la reflexión.
 Es así como la novela moderna con su argumento sencillo y sin enredo alguno, con sus cuadros siempre naturales, tocando muchas veces hasta la trivialidad; pero que tienen por mira sino moralizar, cuando menos manifestar el mal, ha llegado a ser como esas medicinas que las aceptamos tan sólo por tener la apariencia del manjar de nuestro gusto.
Será necesario pues en adelante dividir a los novelistas en dos categorías, colocando a un lado a los que, como decía Cervantes, escriben papeles para entretener doncellas, y a los que pueden hacer de la novela un medio de investigación y de estudio, en que el arte preste su poderoso concurso a las ciencias que miran al hombre, desligándolo de añejas tradiciones y absurdas preocupaciones.
 El Arte se ha ennoblecido, su misión no es ya cantar [VIII] la grandiosidad de las catedrales góticas ni llorar sobre la fe perdida, hoy tal vez para siempre; y en vez de describirnos los horrores de aquel Infierno imaginario, describiranos el verdadero Infierno, que está en el desordenado curso de las pasiones. Nuevos ideales se le presentan a su vista; él puede ser colaborador de la Ciencia en la sublime misión de procurarle al hombre la Redención que lo libre de la ignorancia, y el Paraíso que será la posesión de la Verdad científica.


 
SACRIFICIO Y RECOMPENSA
Dedicatoria a Juana Manuela Gorriti
Novela
Mercedes Cabello de Carbonera

Sin los benévolos aplausos que Vd. mi ilustrada amiga, prodigó a mi primera novela «Los amores de Hortencia», yo no hubiera continuado cultivando este género de literatura que hoy me ha valido el primer premio en el certamen internacional del Ateneo de Lima.
Separarme del realismo, tal cual lo comprende la escuela hoy en boga, y buscar lo real en la belleza del sentimiento, copiando los movimientos del alma, no cuando se envilece y degrada, sino cuando se eleva y ennoblece; ha sido el móvil principal que me llevó a escribir «Sacrificio y recompensa.»
Si hay en el alma un lado noble, bello, elevado, ¿por qué ir a buscar entre seres envilecidos, los tipos que deben servir de modelo a nuestras creaciones? Llevar el sentimiento del bien hasta sus últimos extremos, hasta tocar con lo irrealizable, será siempre, más útil y provechoso que ir a buscar entre el fango de las pasiones todo lo más odioso y repugnante [IV] para exhibirlo a la vista, muchas veces incauta, del lector.
El premio discernido por la comisión del Ateneo, me ha probado que, en «Sacrificio y Recompensan, no he copiado lo absurdo e inverosímil, sino algo que el novelista debe mirar y enaltecer como único medio de llevar a la conciencia del lector lección más útil y benéfica que la que se propone la escuela realista.
Dedicarle esta novela, no es, pues, sino un homenaje a sus principios literarios, y un deber de gratitud que cumple su admiradora y amiga


INFLUENCIA DE LA MUJER EN LA CIVILIZACION
(Artículo)
El gran siglo, el siglo XIX se nos presenta triunfante, enriquecido y engalanado por todos los progresos que las ciencias y las artes le han traído en herencia de los siglos pasados. Este siglo que las generaciones venideras llamarán el siglo privilegiado porque en su primera mitad  ya  el genio del hombre le había arrancado a la naturaleza sus más íntimos secretos, para ponerlos al servicio de los progresos sociales y de su felicidad individual, bajo la forma de los prodigiosos inventos modernos.
En él, los progresos de la industria han visto coronados sus esfuerzos por los más grandes y fecundos resultados.
El océano inmenso con sus imponentes tempestades, las montañas elevadísimas que parecen esconder su frente en las nubes, los polos mismos con sus eternas nieves, no son más que débiles barreras para el grande ingenio y poderosa pujanza que el hombre del siglo despliega para dominar la naturaleza. Al verle horadando montañas inmensas para poner en comunicación, por en medio de sus entrañas una nación con otra nación, con una velocidad asombrosa, y destruyendo terrenos vastísimos para unir un océano con otro océano, parece que se hubiera propuesto borrar la palabra imposible , y que jamàs pudiera encontrar el límite de su deseo.
En las ciencias, el hombre encuentra hoy un campo vastísimo donde la luz  brota fácilmente bajo el poderoso análisis de su inteligencia. Con su mirada atrevida, penetra en el espacio inconmensurable, maravilloso e infinito del cielo, para pesar y medir los astros , o desciende a las entrañas profundísimas de la tierra, donde va a recoger y a estudiar los sedimentos de las generaciones y las razas que fueron. Y de ese trabajo inmenso , incesante, infatigable, de esas doctrinas, de esas ideas, de esas luchas, de esos choques, sale siempre una chispa que va a reunirse a ese foco, a esa antorcha que da la luz a donde todos nos dirigimos, a donde todos nos dirigimos, a donde todos vamos, siempre entusiastas, siempre infatigables, siempre creyendo acercarnos a ella y comprendiendo siempre que nos falta aun mucho de esa luz que es la verdad.
Sin embargo, no nos alucinemos, la humanidad marcha a su completo desarrollo y perfeccionamiento, pero agobiada de enfermedades que si no atacan su vida, son como las de la infancia que retardan su desarrollo y alteran su salud. A curar esas enfermedades y dolencias debe dedicar sus estudios el hombre pensador y bien intencionado y el legislador que mirando por el verdadero progreso quiera merecer el bien de la humanidad. Para el observador atento, que separándose por un momento de esa corriente vertiginosa que nos arrastra, mire detenidamente y con interés del que quiere descubrir la causa de nuestros grandes males y largas dolencias, verá que el fin en medio de tantos progresos de la ciencia, en medio de tanto movimiento de la industria, una enfermedad, un cáncer mortal que corroe nuestras sociedades. El escepticismo religioso, ese virus moral que ataca las sociedades siempre que se sienten acometidas por esa fiebre, por ese delirio insensato que las mueve, las impulsa incesantemente sin más fin que alcanzar  bienes materiales, que sienten esa sed insaciable que las arrastra y parece absorberlas y anonadarlas sin dejarles ni un momento de descanso, porque esa sed de oro , es el monstruo que devora nuestro espíritu, ofusca la luz de la conciencia y tortura nuestro corazón porque mientras más le damos, más nos pide.
Con su aliento se corrompen las virtudes cívicas del  hombre y se marchitan las bellas flores de la felicidad doméstica, cuyo perfume, no se exhala sino a la sombra del amor y de la felicidad.
Así vemos nuestra sociedad convertida en una gran bolsa mercantil. El hombre marcha taciturno, agitado, llevando un libro debajo del brazo al que le pide nombre, gloria y felicidad, del que depende estrechamente su tranquilidad y su vida; al que consagra todas sus fatigas, todos sus pensamientos, todos sus desvelos, y las acciones más importantes de la vida no las ejecuta sin consultarse en él. El amor mismo no es más que un pasatiempo si en él no ocupa una parte importante. ¿Qué contiene ese libro? En ese libro no hay más que estas dos palabras.- Debe y Haber, ¡Triste espectáculo! El hombre del siglo XIX parece que quiere avaluarlo todo, reduciéndolo todo a guarismos representativos de bienes materiales, hasta aquellos que en todo tiempo se consideraban fuera del poder de los números.
Habremos de renegar de la civilización? Creeremos que no hemos dado un paso adelante del estado en que se encontraban nuestros antepasados? Ellos al menos se prosternaban  a la salida del sol! Creeremos que habiendo perdido la pureza y sencillez de costumbres del hombre salvaje no hemos alcanzado en cambio nada que eleve nuestro espíritu y ennoblezca nuestros sentimientos? Para un mal tan grande que amenaza invadirnos, ahogarnos, matarnos, qué remedio le oponemos? Quién se preocupa de él? Nadie desgraciadamente piensa ni en el mal ni en el remedio.
Ensayaremos analizar este mal. El escepticismo no es más que una reacción fatal del fanatismo. Donde quiera que las masa se fanatizan, los hombres pensadores se vuelven escépticos y las consecuencias del fanatismo no serían tan fatales, si después de embrutecer  al pueblo no fueran  a hacer su reacción subiendo a los primeros escalones de la sociedad, para degradar al hombre hasta ponerlo al nivel de los animales, hundiéndolo en el oscuro abismo del escepticismo. Para combatir estos males inmensos que nos invaden  y parece que van matando nuestra tranquilidad, no hay más que un remedio que a nuestros débiles alcances nos parece ser el único posible. .-Ilustrar a la mujer.
¡Cuántos males de gran trascendencia se evitarían si se sumara el que hemos señalado! La instrucción de la mujer es el enemigo más poderoso contra el escepticismo de unos y el fanatismo de otros. Para que la mujer al unirse al hombre pueda combatir por medio de la persuasión sus errores y elevar su alma al verdadero conocimiento de Dios; es preciso que él no vea en ella un ser débil, sumido en la ignorancia y privado de la luz de las ciencias. Para que ella pueda ejercer esa influencia bienhechora  con la que puede ser siempre  la rehabilitadora de los errores  del hombre, es preciso darle una instrucción sólida y vasta. La instrucción limitadísima que hoy se le da no hace más que abrir un abismo inmenso que lleva al hogar doméstico el germen de amargos sinsabores, de eternas contradicciones y de males infinitos. Ella ve en su esposo un alma sumida en el error y privada de la gracia del cielo, él por su parte  mira con compasivo desdén aquellos temores  como propios solamente de un alma sencilla y de una inteligencia privada de la luz de la ciencia. De este modo la unión de esos dos seres, lejos de ser como dice la Sagrada Escritura "dos cuerpos con una sola alma" son dos cuerpos  que llegan a identificarse  por sus costumbres  y sus hábitos físicos; pero dos almas que verdaderamente viven en la más completa espantosa oposición.
Acercad a la mujer al santuario de la ciencia para que ella a su vez pueda acercar al hombre al altar de Dios. Ella será el foco donde vendrán a conciliarse dos ideas que hoy están en completo y abierto antagonismo; dos gigantes que luchan encarnizados por destruirse mutuamente, dos antorchas que alumbran a la humanidad  en su paso por este mundo, la religión y la ciencia. Y de esta conciliación, de esta unión felicísima para la humanidad, nacerá el Verbo de nuestra eterna felicidad. La inteligencia de la mujer no es hoy más que la crisálida que guarda la brillante mariposa, que liberará el néctar delicioso de las magníficas flores de la virtud, fecundadas por la ciencia y producidas a la sombra de la paz y de la felicidad de la familia.
En Correos del Perú, Año IV Dic. 1874
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